Depeche Mode: un regreso en forma
07:37 Quince años después de su última visita, la banda inglesa cerró el Personal Fest y deleitó a 40 mil fans.
Desde el comienzo del recital, Depeche Mode pone en juego la que podría considerarse una de sus principales virtudes. En la intro de In Chains, el tema inaugural de Sounds of the Universe que a su vez funciona como apertura de la noche, Martin Gore le arranca a las cuerdas de su guitarra un sonido que parece obtenido con un sintetizador. Y enseguida sobreviene un ataque de sintetizadores comandado por Andy Fletcher, que perforan la canción como riffs de teclado. Después de todo, el actual trío británico consiguió algo que allá lejos y hace tiempo quizás nadie imaginaba: que el tecno-pop ascendiera a la categoría de rock de estadios.
También de movida queda esbozada una duda que tiene por protagonista al cantante Dave Gahan (recuperado de una operación que obligó a suspender varias fechas), que se mantiene con el correr de los minutos. La profundidad y la intensidad acostumbradas de su voz, ese registro único que hace las veces de motor a propulsión para que la música de la banda levante vuelo hasta alturas impensadas, no alcanzan los niveles conocidos en la interpretación del mencionado y de Wrong. ¿Es un problema del micrófono? ¿Está resfriado? ¿Las musas de la inspiración no lo visitaron durante su estadía porteña?
Con un despliegue visual impecable, por momentos minimalista pero siempre efectivo, la pantalla ubicada a sus espaldas refuerza con imágenes la búsqueda de un lenguaje universal según su último disco. Para este Tour of the Universe, la formación se completa con el baterista Christian Eigner y un segundo tecladista (Peter Gordeno), al que eventualmente se suma Gore para formar una línea de tres cuando deja su colección de guitarras.
El entramado instrumental habilita un recorrido por la enriquecida sucesión de climas, texturas, ambientes y paisajes sonoros que proponen clásicos como Walking In My Shoes, A Question Of Time y Fly On The Windscreen. Todos, obvio, muy festejados por los fans más tempranos, que seguramente los vieron en su anterior visita al país: estadio de Vélez, 1994.
A la hora de Jezebel, Gore se calza el traje (chaleco y pantalón plateados y brillantes, en su caso) de frontman. Y aunque el tono del cerebro musical es más intimista que arengador, está claro que no le sienta nada mal: su particular y agudo vibrato realza el potencial evocador de la melodía y la letra de Home y provoca, despojado de las máquinas y la parafernalia sonora, uno de los momentos más cálidos. Cuando termina, un coro multitudinario convierte a la melodía en una especie de coda de fogón.
La recta final los encuentra jugando con el velocímetro de dos de sus temas más emblemáticos, ambos del seminal Violator. En ese plan, Policy of Truth pierde su agresividad existencialista y se aproxima a las pulsaciones de una balada mid-tempo. Como contrapartida, Enjoy The Silence cambia su atmósfera contemplativa por un aliento eminentemente bolichero, que los pasea entre un club electrónico y una disco funky imaginarios. Para lo bises quedan otros platos fuertes, como Behind The Wheel y Personal Jesus. Y, al cabo de unas dos horas de show, aunque nadie se puede sentir decepcionado, queda flotando la sensación de haber asistido a un concierto sin demasiados relieves o momentos de éxtasis colectivo.
07:37 Quince años después de su última visita, la banda inglesa cerró el Personal Fest y deleitó a 40 mil fans.
Desde el comienzo del recital, Depeche Mode pone en juego la que podría considerarse una de sus principales virtudes. En la intro de In Chains, el tema inaugural de Sounds of the Universe que a su vez funciona como apertura de la noche, Martin Gore le arranca a las cuerdas de su guitarra un sonido que parece obtenido con un sintetizador. Y enseguida sobreviene un ataque de sintetizadores comandado por Andy Fletcher, que perforan la canción como riffs de teclado. Después de todo, el actual trío británico consiguió algo que allá lejos y hace tiempo quizás nadie imaginaba: que el tecno-pop ascendiera a la categoría de rock de estadios.
También de movida queda esbozada una duda que tiene por protagonista al cantante Dave Gahan (recuperado de una operación que obligó a suspender varias fechas), que se mantiene con el correr de los minutos. La profundidad y la intensidad acostumbradas de su voz, ese registro único que hace las veces de motor a propulsión para que la música de la banda levante vuelo hasta alturas impensadas, no alcanzan los niveles conocidos en la interpretación del mencionado y de Wrong. ¿Es un problema del micrófono? ¿Está resfriado? ¿Las musas de la inspiración no lo visitaron durante su estadía porteña?
Con un despliegue visual impecable, por momentos minimalista pero siempre efectivo, la pantalla ubicada a sus espaldas refuerza con imágenes la búsqueda de un lenguaje universal según su último disco. Para este Tour of the Universe, la formación se completa con el baterista Christian Eigner y un segundo tecladista (Peter Gordeno), al que eventualmente se suma Gore para formar una línea de tres cuando deja su colección de guitarras.
El entramado instrumental habilita un recorrido por la enriquecida sucesión de climas, texturas, ambientes y paisajes sonoros que proponen clásicos como Walking In My Shoes, A Question Of Time y Fly On The Windscreen. Todos, obvio, muy festejados por los fans más tempranos, que seguramente los vieron en su anterior visita al país: estadio de Vélez, 1994.
A la hora de Jezebel, Gore se calza el traje (chaleco y pantalón plateados y brillantes, en su caso) de frontman. Y aunque el tono del cerebro musical es más intimista que arengador, está claro que no le sienta nada mal: su particular y agudo vibrato realza el potencial evocador de la melodía y la letra de Home y provoca, despojado de las máquinas y la parafernalia sonora, uno de los momentos más cálidos. Cuando termina, un coro multitudinario convierte a la melodía en una especie de coda de fogón.
La recta final los encuentra jugando con el velocímetro de dos de sus temas más emblemáticos, ambos del seminal Violator. En ese plan, Policy of Truth pierde su agresividad existencialista y se aproxima a las pulsaciones de una balada mid-tempo. Como contrapartida, Enjoy The Silence cambia su atmósfera contemplativa por un aliento eminentemente bolichero, que los pasea entre un club electrónico y una disco funky imaginarios. Para lo bises quedan otros platos fuertes, como Behind The Wheel y Personal Jesus. Y, al cabo de unas dos horas de show, aunque nadie se puede sentir decepcionado, queda flotando la sensación de haber asistido a un concierto sin demasiados relieves o momentos de éxtasis colectivo.
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